El niño muerto
espera sentado en el fondo del mar.
Hace mucho
tiempo que vive allá abajo y apenas recuerda cómo llegó hasta allí. Sólo algunas imágenes quedaron
grabadas en lo que, un día, fue su cerebro.
Recuerda
estar en los brazos de su madre observando la plateada estela que el barco iba dejando mientras se
alejaba del puerto.
—¿Cómo
se llama este agua tan grande, mami?
–Es el
mar Mediterráneo, mi amor. Su nombre significa el mar entre tierras. En la antiguedad, la única manera que tenían los diferentes pueblos para poder
conocerse unos a otros era navegarlo. No existían aviones como ahora.
—Es muy
hermoso.
—Sí, sí
que lo es.
Recuerda
también a su hermano persiguiéndole por la cubierta. “Era un juego, creo”.
Después las
imágenes se mezclan y todo se vuelve confuso. “Ya no tiene importancia, no
merece la pena llorar en el fondo del mar”, piensa mientras intenta sacarse de
la cabeza unos cangrejos que han buscado refugio en su cráneo.
El niño
muerto espera pacientemente.
Ha
pasado la mañana limpiando el combustible, los plásticos y toda la porquería
que los vivos nos empeñamos en regalarle al mar. Ha dejado el fondo marino que
se puede comer sopas en él.
Le gusta
tenerlo todo preparado para recibirles. No sabe cual es el motivo, sólo sabe que cada
vez ocurre con más frecuencia.
Los gritos le anuncian que están a punto de llegar.
Los gritos le anuncian que están a punto de llegar.
Mira
hacia el cielo y la espera termina.
Todos los
días llueven niños nuevos con los que poder jugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario