viernes, 27 de enero de 2017

DEAD CHILD WITH MONSTER NOISE


  Mientras el monstruo rugía en otra parte de la casa, comprendió que solo había una forma de esquivar el sufrimiento y el miedo. Ya no bastaba con cubrirse la cabeza y taparse los oídos con almohadas y dedos, cerrar la puerta del dormitorio y abrir la ventana incluso en invierno para que el escándalo urbano disimulase los gruñidos, porque éstos parecían proceder ahora de su propia conciencia. Llevaba años oyéndolos y había llegado a considerarlos como algo normal y corriente, sin embargo, eso no los hacía menos desagradables. Desde fuera, se instalaban dentro y le impedían dormir, incluso, muchas veces, le impedían ser él mismo. Era como si a fuerza de escucharlos los hubiera ido incorporando a su propia naturaleza, de tal modo que, en el colegio, de vez en cuando, el monstruo le salía por la boca sin que él pudiera hacer nada para evitarlo.
  Una mañana por ejemplo, como todas las mañanas, se estaba quedando profundamente dormido a segunda hora y su compañero de pupitre, a fin de librarlo de otra regañera del maestro, le propinó un pequeño codazo entre las costillas. En ese momento, él ya estaba sobrevolando una casa rodeada por un jardín lleno de flores amarillas, según le contó poco después al director del colegio, y el codazo lo oscureció todo y fue como caer en picado desde una gran altura y estampanarse brutalmente contra el asfalto. Abrió los ojos sin recordar dónde se encontraba, se incorporó sobre el libro abierto y le lanzó el puño en piña a su compañero. Dentro del puño había un lápiz recién afilado.
  Se calificó el incidente como muy grave, merecedor de sanción y de llamada urgente a los progenitores. Una hora más tarde, su madre fue a recogerlo con lágrimas de vergüenza y culpabilidad.
  Camino a casa, el niño también lloró, durante varias estaciones, mientras repetía sin cesar que había sido un accidente. Pero, ¿de verdad había sido un accidente? De pronto, como si hablara otro, le gritó textualmente que estaba hasta los cojones de tanta mierda y que ella era una furcia ignorante que no tenía ni puta idea de lo que significaba ser madre. Luego siguió llorando pero a navaja.  
  Y fue esa noche cuando descubrió el único método infalible para escapar de los gritos. Pensó, los niños muertos no duermen, no sufren, no oyen, no juegan ni sienten necesidad de jugar, no temen machacarle la cabeza al monstruo, por ejemplo, con un destornillador.

Caracol Romera.



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