lunes, 9 de enero de 2017

LILITH

El niño muerto se pasa las horas muertas (como no podía ser de otra manera, por otra parte) delante del escaparate del Primark de Gran Vía. No le interesan ni la moda de la temporada primavera-verano ni las extraordinarias rebajas, lo que realmente le tiene encandilado es la maniquí del vestido verde aguamarina.

Donde un día habitó un corazón, hoy sólo hay un hueco donde gira el aire. En cuanto vio por primera vez a la maniquí, el viento le produjo un suave cosquilleo en su interior que hasta el ser más vivo de la tierra podría confundir con el amor.

Después de días observándola y manteniendo con ella monólogos interminables decidió ponerle un nombre: Annabelle. Todas las maniquís del escaparate son exactamente iguales: altas, delgadas y de rostro inexpresivo. ¿Qué tiene Annabelle que la hace especial?. ¿Será la delicada forma en que sus manos cruzan delante de sus rodillas o, tal vez, esa ligera inclinación de la cabeza que le da un cierto aire pensativo?. El niño muerto no necesita respuestas. Para él, ella es especial. Sin más motivo.

Especial es también el día de hoy. Tanto tiempo teniéndola tan cerca y tan lejos le estaba haciendo sentir algo muy similar al sufrimiento pero el niño muerto había trazado un plan y hoy iba a ponerlo en práctica. Pasó la mañana haciéndole fotos al maniquí desde todos los ángulos posibles, después entró en la tienda, adquirió el vestido verde aguamarina y se marchó caminando hasta la empresa en la que trabaja.

El niño muerto está empleado como alma en pena en un estudio de diseño en el centro de la ciudad. El edificio era un antiguo hospicio pero ni un solo fantasma había quedado entre sus muros. Los actuales dueños, hartos de las burlas de Iker Jiménez y su afamado equipo de sensitivos, decidieron contratarle para que cumpliera tal función y así poder darle en los morros al ínclito periodista de lo desconocido. Aunque ya sabéis como funciona esto; entra uno a trabajar en una empresa como presencia espectral y acaba haciendo un poco de todo.

El plan del niño muerto consistía en aprovechar que durante el fin de semana no había nadie vivo en su trabajo para poder utilizar la impresora 3d que la empresa empleaba para presentar sus proyectos y replicar con ella a Annabelle.

Introdujo en la máquina las fotografías que había realizado y pulsó el botón de inicio. Lentamente los polímeros comenzaron a tomar la forma de la maniquí copiando hasta los más mínimos detalles. Cuando terminó el proceso, se acercó y la abrazó. Lamentablemente, los brazos se le quedaron pegados porque al plástico todavía le quedaba algún instante para estar del todo endurecido. Cuando logró despegarse la vistió con el vestido verde aguamarina.

Aún quedaba por poner en marcha un pequeño detalle del plan: darle vida. Abrió un cajón y sacó su bien más preciado; un pequeño unicornio azul de peluche al que llamaba “Blue”.

―¡Eres el ser más “aplasturrujable” que conozco ―le dijo al peluche, cariñosamente―. Si hay alguien con suficiente magia para darle vida a Annabelle, eres tú.

Colocó a Blue sobre los brazos de la maniquí y esperó pacientemente pero no ocurrió nada.

“Necesito más magia”, pensó.

Colocó a ambos encima del carrito que usaban para repartir el correo. Salieron del edificio y llegaron hasta un parque cercano. La fortuna se puso de su parte y, nada más llegar, una estrella fugaz sobrevoló sus cabezas y el niño muerto pidió su deseo: “Estrella, haz que Annabelle viva”.

―De acuerdo, lo haré ―respondió la estrella―. A cambio, tendrás que entregarme tu unicornio azul.

Es lo que tiene la magia, nunca sale gratis. Lo que el niño muerto no imaginaba es que precio fuera a ser tan alto.

―Acepto ―dijo, amargamente―. Cuídale bien, por favor.
―No es para mí ―concluyó la estrella―. Será el corazón de Annabelle.

Blue desapareció dentro de la maniquí. Unos instantes después,  Annabelle abrió los ojos.

La brisa nocturna, el cielo estrellado, la hierba a sus pies y los sonidos de una ciudad que nunca descansa se presentaron ante ella abrumando sus, hasta ahora, inexistentes sentidos. Miró sus manos, se tocó la cara, enredó su pelo, acarició su piel, estiró los brazos, se agachó y se tiró un sonoro pedo.

―¿Quién soy? ―preguntó. Esas fueron sus primeras y contundentes palabras.
―Te llamas Annabelle y yo te he creado.
―¿Por qué?
―Pues porque me gustas mucho y quiero que seas mi novia.

Annabelle se tomó unos instantes para reflexionar.

―Me parece que vas demasiado deprisa ―dijo firmemente―. Te agradezco que me hayas creado y tal pero de ahí a que seamos novios, pues no lo veo. No nos conocemos tanto como para eso.
―¡Pero gracias a mí vivirás y serás eternamente joven! ―exclamó el niño muerto, y si no fuera porque carecía de ellas, hubiera arqueado las cejas para mostrar su perplejidad.
―El hecho de que me hayas creado no me convierte en tu posesión, supongo.

El niño muerto se tomó unos instantes para reflexionar.

―Tienes razón, lo siento ―dijo—. Y bajó la mirada, apesadumbrado.
―Pareces un buen chico, así que espero que entiendas que, ahora mismo, tengo otras prioridades que no incluyen embarcarme en una relación. Un mundo nuevo se ha abierto ante mí y tengo muchas cosas por hacer.
―Lo entiendo. He sido un egoísta. Debes seguir tu propio destino.
―Con el tiempo quizás podamos ser amigos, o algo más; ¡quién sabe!. De momento voy a cambiarme el nombre, Annabelle no me gusta nada.
―¿Cómo quieres llamarte?.
―Mi nombre será Lilith.
―Me gusta. Tiene fuerza y personalidad, como tú. Sabía que eras alguien especial.
―Hay otra cosa que quiero cambiar antes de irme. No puedo soportar la idea de ser eternamente joven. Quiero tener el derecho a envejecer y algún día, poder morir; igual que tú.

Introdujo la mano en su pecho y se arrancó el unicornio. Después, se lo entregó al niño muerto y le dijo adiós.

―¡Adiós, Lilith!. Espero que seas muy feliz.

Tras unos titubeantes primeros pasos, comenzó a caminar. No podía esperar más para ver con sus propios ojos el color del mar.

―¡Otra vez solos tú y yo, Blue! ―exclamó el niño muerto―. Te aseguro que jamás volveré a abandonarte.

El unicornio de peluche azul abrió los ojos y dijo con voz profunda: "Más te vale, capullo. Más te vale".

The Nuevo.





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