martes, 24 de enero de 2017

INTO THE JAR (THE PRAT CHILD DEAD)

  Mi madre se empeña en que los dos hermanos pasemos unos días en el pueblo de mi abuela, todos y cada uno de los veranos que he conocido hasta ahora. 
¡Y nosotros aceptamos encantados!
  El pueblo se llama Caleruega y está en la provincia de Burgos. Es el típico lugar en el que no hay gran cosa que hacer, salvo asalvajarse.
  Nada más bajar del autocar, lo primero que hacemos es quedar con la pandilla en el río. Hacemos dos bandos, nos colocamos cada uno en una orilla y nos tiramos piedras. La contienda finaliza cuando alguno de los descalabrados pide que le llevemos a casa. Por la noche quedamos para hacer recuento de cicatrices y así afianzamos los vínculos de la amistad.
  Mi abuela se llama Cándida y, aunque en su rostro parece tener aglutinados todos los años de la comarca, se mueve como si no tuviera más de sesenta y tres. En su juventud fue la partera del pueblo. Se daba tanta maña en traer críos al mundo como en tenerlos ella misma. Me han contado que, más de una vez, algún vecino tuvo que devolverle alguna criatura que se le había caído sin que se diera cuenta.
  ―¡Cándida! ¡A ver si vas con más cuidado! ¡Te ha nacido una muchacha en la plaza y ni te has enterado!
  ―¡Ay, Señor! Va una con tantas prisas para hacer las cosas. Gracias y que Dios se lo pague.
  La casa de mi abuela es grande que te cagas. Cuando jugamos al escondite, tardamos horas en encontrarnos. A veces, ya sea por aburrimiento o porque nos entra el hambre, nos afanamos en gritar donde estamos escondidos para acabar lo antes posible.
  Una noche, después de cenar como si no hubiera un mañana, mi hermano se me acercó con cara de ir a revelarme un secreto.
  ―¿Quieres conocer a nuestro tío Caín, “el tonto del bote”?
  Que yo recordara ninguno de mis tíos se llamaba Caín y eso que entre todas mis tías y mis tíos tenían prácticamente copado todo el santoral.
  ―¡Desde luego! ¿Dónde está?
  ―No se lo puedes contar a nadie. ¡Promételo!
  ―¡Claro, hombre! ¡Palabra de hermano!.
  ―Vamos arriba. Vas a flipar.
  Subimos corriendo las escaleras y llegamos hasta un cuarto en el que yo jamás había entrado. Al fondo, presidiendo toda la estancia había una gran alacena. Nos acercamos y mi hermano abrió lentamente las puertas. Palpó, buscando un interruptor y el fluorescente tardó tres latidos en encenderse. En el primero, apenas distinguí nada, en el segundo, no creí lo que estaba viendo y en el tercero, mi culo se cayó al suelo.
  ―¿Qué te parece? ¿Es, o no es, el tonto del bote?.
  Allí estaba yo, con los ojos como platos soperos, mirando un enorme frasco en el que dentro, flotando en un extraño líquido, se encontraba el cuerpo de un niño pequeño.
  ―¿Cuándo lo descubriste?
  ―Hace un par de días. De casualidad.
  ―¿Y cómo sabes su nombre?
  ―Lo pone en la tapa junto al día de su nacimiento y el de su muerte. Tenía cuatro años cuando ocurrió.
  ―¡Joder, pero esto es raro de cojones!. La abuela debía…o debe estar como una puta cabra.
  ―¡Qué va! Esto antiguamente lo hacía todo el mundo.
  Me fui a mi cuarto con una extraña sensación. ¿Sería cierto que en todas las casas del pueblo había niños muertos dentro de unos jodidos botes?.
  Aún estaba dándole vueltas cuando escuché unas pisadas. La puerta se abrió y allí estaba él. A sus pies se estaba formando un pequeño charco. El sonido que hacían sus dedos al chapotear en el agua me estaba poniendo de los nervios.
  ―Yo no era tonto, sólo era tímido ―dijo, casi en un susurro.
  ―Lo sé. Por favor, vuelve a tu frasco porque me estás dando miedo.
  ―Lo sé. Creo que fue por eso por lo que me mataron.
  ―No te preocupes. Ahora es un poco tarde. Mañana hablaremos.
  Han pasado varios días y mi tío Caín ya no me da miedo. Tiene un poco de carácter, eso sí, pero yo estoy bregado en mil batallas.


The Nuevo.







No hay comentarios:

Publicar un comentario