Le odiamos. Desde que ha llegado a casa no ha
dejado de llorar y de reclamar la atención de nuestra madre.
Cuando nos preguntaron si queríamos tener un
nuevo hermano, nosotros contestamos que no nos hacía ninguna falta. No nos
hicieron caso y ahí le tenemos berreando todo el puñetero día.
Con tanto ruido es imposible que
podamos disfrutar de nuestro juego favorito: “Niño muerto”. Es un juego que,
como su nombre indica, necesita de un silencio sepulcral o, al menos, de un
poco de tranquilidad.
Cada vez que nuestra madre no quería que
hiciéramos algo siempre concluía la discusión con un: ¡Qué tal cosa ni qué niño
muerto!.
Nos encantaban aquellos “niños muertos”, así
que decidimos convertirles en una parte esencial de nuestro entretenimiento. Si
yo le decía a mi hermano: “niño muerto jugador de cartas”, él corría a buscar
una baraja, se desplomaba en la mesa sujetando unas cuantas cartas, ponía los
ojos en blanco y sacaba media lengua fuera. Después de casi dos horas sin mover
un músculo, se incorporaba y me pasaba el turno: “niña muerta bailarina”.
Cuando la sangre salpicó las cortinas nos
dimos cuenta de dos cosas: la primera; que el vecino de abajo no mentía cuando
decía que nos odiaba, la segunda; que nosotros sí lo hacíamos cuando decíamos
odiar a nuestro hermano.
The Nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario